El parque natural de Peña Francia-Las Batuecas (Salamanca)… ¿Cuántas veces hemos oído la frase Estar en Las Batuecas? El origen de la frase viene porque, según parece, los habitantes de esta comarca tenían, antaño, fama de salvajes. Los lugareños eran llamados los beocios de España…o lo que es lo mismo, los ignorantes. Hace 150 años, decir que alguien había sido criado en Las Batuecas era ponerle al nivel de un cafre. Y es que, antiguamente, corrían por toda la Península Ibérica fábulas sobre este valle, desde que sus habitantes andaban desnudos hasta que adoraban al diablo.

Como suele ocurrir, la ignorancia es hija del desconocimiento. No hay más que visitar la comarca y aprovechar, allí donde surja, ya sea en la barra de un bar o en la plaza de un pueblo, la charla con el paisanaje. Sabias tradiciones, acertados consejos sobre cuando visitar un determinado paraje…por ninguna parte aparece aquella legendaria ignorancia.
La conversación podrá ser de utilidad a la hora de recorrer la sierra. Perderse por una de las sinuosas y empinadas carreteras comarcales de la zona –cuidado con las placas de hielo en las zonas umbrías- es internase en un paraje de densa foresta sembrada de acebos, alcornoques, alisos, avellanos, brezos, castaños, cerezos, chopos…y habitada por cabras montesas, jabalís, linces, nutrias, águilas reales, buitres leonados y negros,…Incluso, en tiempos, hubo en el valle lobos y osos… pero de eso nada queda ahora…
Orografía agreste y perdida, no es extraño que el territorio fuera propicio para ladrones y fugitivos que buscaban el anonimato entre lo escarpado y desconocido de sus laderas. Y es que la Guardia Civil no tuvo cuartel en la zona hasta… 1923.
Los pueblos de comarca de la Sierra de Francia
San Martín del Castañar, Mogarraz, Miranda del Castañar, Sequeros… Punteada de pueblecitos que se esconden a la salida de una curva o en lo más profundo de un umbroso valle, Peña Francia-Las Batuecas descubre al viajero encantadores poblados. Uno de los más pintorescos es La Alberca, una pequeña población de piedra y pizarra en la que el paso del tiempo parece cosa y circunstancia ajena.
Caminando por un entramado de angostas callejas, que parecen directamente sacadas de una postal –sobre todo, si el paseo se programa para las primeras horas de la mañana o últimas del día, cuando la luz tiene un algo de magia y un mucho de pureza-, el visitante haría bien en dejarse llevar e imaginar que ha viajado en el tiempo…mientras escucha el sonido de los guijarros bajo sus pies. Es probable que esté bajando hacia la plaza Mayor, entre casas prietas nunca demasiado altas y siempre hechas en piedra y madera. También es probable que la mirada de algún anciano siga nuestros movimientos…una mirada en la que seguro hay encerrada mucha historia y memoria.
Inútil será buscar la placa con el nombre de la calle que buscamos. No las hay. La única indicación que parece querer darnos el callejero –y es probable que con la sana intención de que nos perdamos- es una enigmática sucesión de números pintados a brocha sobre los dinteles de las puertas.
Aún sin saber interpretar tan curiosos trazos, de los que nadie da explicación ni origen, el viajero no tendrá dificultad alguna para dar con la Plaza Mayor, saetada en su centro por una airosa cruz de piedra. Elemento religioso éste también presente en otros muchos pueblos españoles, lo que quizás sorprenda es su sobreabundancia aquí. A las afueras del pueblo, en las calzadas, o frente al Ayuntamiento, las muchas cruces remiten inmediatamente a la Orden de Santiago.
Deja una respuesta